Paloma Bravo. Escritora. Su última novela es Sin filtros (Ed. Contraluz). Carlos y el arte en equipo FIRMA INVITADA Salíamos del teatro, de un monólogo extraordinario que nos había hecho llorar. El público estuvo cinco minutos en pie, aplaudiendo a la actriz que, completamente sola en el escenario, nos había emocio-nado hasta los huesos. Por supuesto, el trabajo no era solo suyo: la autora del texto, el director, el equipo de escenografía, música, pro-ducción… Parecía que nos emocionaba una mujer y nos estaba emo-cionando una red de artistas. Andamos mucho rato buscando un bar, que tenemos el vicio pe-rezoso de no reservar, y, por fin, ya con una cerveza, le conté a mi amigo Carlos —Aparejador y extraordinario constructor de familias y tribus— que tenía que escribir esta columna. Él me habló de Juan Herreros, arquitecto, que se identificaba con una frase de Fernando Trueba, cineasta: “Una película es una suce-sión de renuncias”. Herreros lo tenía claro: “La arquitectura, también”. Carlos me lo explicaba: “Siempre he pensado que el mundo del cine y la construcción están ligados por paralelismos innegables: hay auto-res, directores, oficios… Hay un planning, un presupuesto y una serie de imprevistos y de situaciones que te obligan a ajustar”. A ceder, a consensuar y, sí, a renunciar. “En mi experiencia, cuando inicias una obra tienes un proyecto en la cabeza y en el papel y, entonces, empiezan a pasar cosas y vas adaptando el proyecto. Renuncias a calidades, te adaptas a un retra-so, descubres una nueva necesidad… Y eso pasa también en el cine. Con la similitud añadida de que tanto en el cine como en la construc-ción acabas con un resultado (un edificio, una película) que quedará para siempre”. El teatro, que es igual de colaborativo y exigente, parece efímero. Pasa una vez, pasa en directo, pasa siempre diferente. Y, sin embargo, ahí queda, porque a la mañana siguiente seguíamos hablando de la obra (ojo: “obra”, el mismo sustantivo para una función teatral y para un trabajo de construcción, para cualquier creación). Nos había trans-formado y, por tanto, permanecía. Carlos me había seguido contando: “Tengo ahora en el equipo a una persona que viene del mundo de la moda. Colecciones, desfiles, patronajes, suministradores… Yo no lo sabía, pero la vi gestionar des-de la caseta de obra y le pregunté por su experiencia anterior porque todo le sonaba, todo lo sabía hacer. Y es que, en el mundo del glamour y no en el de las obras, había sido parte de un trabajo artístico en equipo”. Carlos sonrió concluyendo: “Siempre he querido creer que, si la construcción se va al carajo, yo podría trabajar en el cine. Me gusta pensarlo…”. Le gustará saber también que podría trabajar en el cine porque sabe mirar, sabe contar y sabe escribir, pero eso es otra histo-ria. En cualquier caso, los dos somos conscientes de que el cine es una industria más endeble que la de la construcción, y no se lo digo, pero lo que yo pienso es: los que, como Carlos, saben construir los consen-sos y elegir las renuncias deberían gobernar el país. © Jeosm