tas dependen las escalas y los ritmos con los que va a ser construida, las tecnologías que están disponibles y los tipos urbanos y arquitectónicos que pueden darle forma. Actualmente, la producción de la urbanidad ya no res-ponde a un solo proyecto social. Ha alcanzado enormes niveles de complejidad y solo puede entenderse como una negociación abierta, en la que muchos intereses di-ferentes convergen y divergen en una transformación continua. Las herramientas de planificación tradicionales resultan obsoletas para abordar esta tarea. El arquitec-to-urbanista tiene que asumir la responsabilidad de incluir a todos los agentes relevantes en la negociación urbana. Una amplia participación de actores en esta mesa es con-dición sine qua non para garantizar el carácter democrá-