Carme Chaparro. Periodista y escritora, acaba de publicar Delito (Espasa), su última novela. ¿De qué sirve describir un edificio? FIRMA INVITADA ¿La habitación mide siete metros cuadrados o nueve? ¿Tiene una ventana o tres? ¿Las sillas son ocres o verdes? ¿El armario está em-potrado o es de Ikea? Pues no lo sé. Y la mayoría de las veces, ni me interesa. ¿De qué me sirven la arquitectura y el diseño para contar una historia? ¿De qué me sirven una estructura de hormigón, un falso techo de oficina o una moqueta en todo el suelo del salón? ¿Para qué tengo que describir hasta el agotamiento la habitación en la que entra un personaje, el bar en el que bebe o la tienda en la que compra? No me importa cómo son los lugares, la descripción milimétrica y metódica de cada sitio, sino lo que esos emplazamientos hacen sentir a los lectores. La arquitectura en mis novelas es un personaje más, y, como el arte, lo que me interesa es la manera en la que emo-ciona, disgusta, da asco, abruma, aburre o escandaliza a los perso-najes que la ocupan. Si ellos y ellas se fijan en los sitios por los que transitan o ni siquiera los ven. Si esos espacios dicen algo funda-mental de cómo viven, trabajan o disfrutan. Si se sienten atrapados en ellos o se refugian como en un cuartel de invierno. Una historia no funciona si el lector no conecta con el persona-je, y para hacerlo es fundamental entender cómo siente, empatizar con él aunque sea el villano, comprender sus razones aunque no es-temos para nada de acuerdo con ellas, ni las justifiquemos. Y para eso necesitamos que la arquitectura que lo rodea nos transmita las mismas sensaciones que a él, porque el mundo en el que habitamos cambia nuestro humor, dictamina parte de lo que hacemos y cómo lo hacemos, modifica nuestros hábitos. Una pared no será nunca igual para una persona que para otra. Quizá, para el protagonista de mi novela el color o el material de esa pared le hagan sentir aco-gido y en calma, pero para el lector sea solo fría arquitectura bruta-lista. Si solo la defino, lector y personaje nunca sentirán lo mismo. Pero si doy una pincelada de cómo es y, sobre todo, lo que provo-ca, conseguiré lo que los neurocientíficos llaman cópula cerebro a cerebro: la maravillosa, magnética y mágica conexión entre el que cuenta una historia y el que la escucha. En mis novelas los personajes interaccionan con el mundo que les rodea, un mundo que sienten y que, de alguna manera, les in-fluye y les cambia. Alguien puede sentir que el techo encoge sobre su cabeza, y eso es lo que importa para la narración, que bajo ese techo el mundo le pesa, no de qué tipo de blanco es. Unas contra-ventanas de madera pueden recordar una infancia feliz que ya nun-ca volverá. Las escaleras pueden dar miedo –a mí me lo dan, tengo pesadillas recurrentes cayéndome por ellas- o significar el escape hacia un lugar donde refugiarse. Me fascina la arquitectura por lo que me hace sentir y por lo que les hace sentir a mis personajes. Me encanta que sirva como gati-llos que disparan emociones tanto en los protagonistas como en los lectores. Me asombra lo que una silla, una pared, una ventana o un suelo son capaces de conseguir. Y me alucina que haya gente que lo piense y lo construya para nuestro disfrute. Gracias a todos vosotros por hacerlo posible. © Carlos Ruiz / Contumaz Estudio