Dos años después de la publicación de este artículo, Domènech y Vilaseca se embarcaron en un viaje por Fran-cia, Alemania, Suiza, Austria e Italia, donde tuvieron la oportunidad de conocer de primera mano la arquitectura de esos países. Fascinado por el románico francés y el gó-tico alemán, Domènech comenzó a incorporar algunas de las formas que había visto durante ese periplo, además de poner en valor el uso de los materiales tradicionales en la arquitectura, en la línea de lo que, en ese momento, pro-pugnaba el movimiento arts and crafts. Así, sus edificios se van a caracterizar por el uso del hierro en las estructuras, la recuperación de la cerámica y las artes decorativas y la inclusión de elementos simbólicos como las imágenes de los bestiarios medievales, los escudos heráldicos, las figuras femeninas y los elementos florales. Arquitectura industrial. Domènech i Montaner fue un arquitecto prolífico que dejó un abundante patrimonio construido. De entre todas las edificaciones que llevan su nombre, dos son universalmente conocidas por haber re-cibido, en 1997, la declaración de Patrimonio Mundial por la Unesco: el hospital de la Santa Creu i Sant Pau (1902-1930) y el Palau de la Música Catalana (1905-1908), am-bos en la ciudad de Barcelona. Pero antes de embarcarse en estos dos grandes pro-yectos, Domènech i Montaner abordó otros que le sir-vieron para ganarse el favor de la burguesía barcelonesa, que confiaba en él para la construcción de sus viviendas y las instalaciones para sus negocios. Uno de sus primeros encargos fue el que recibió de su tío, Ramón Montaner i Vila, para levantar la sede de la Editorial Montaner i Simón (hoy sede de la Fundación Antoni Tàpies), un edificio de carácter industrial conce-bido como un palacete entre medianeras. “Consta de dos plantas con una linterna central cubierta con claraboya de vidrio y utiliza como elementos de soporte pilares de fundición, hasta entonces solo utilizados en mercados y estaciones. La fachada es de ladrillo visto combinada con hierro y vidrio (…) La zona de las oficinas, con un espacio Lluís Domènech i Montaner / cultura