nae: una especie de estanques domésticos donde los ha-bitantes de la domus podían criar peces ornamentales o bañarse. Desde aquella Antigüedad Clásica, la suerte de las piscinas ha corrido en paralelo a la de los seres huma-nos y sus modas sociales. Basta viajar con la imaginación a aquellos balnearios decimonónicos, donde el agua era sinónimo de salud, para dar paso, ya a comienzos del siglo XX, a bellas construcciones dedicadas al arte de nadar en mansiones particulares y, también, en ámbitos comunita-rios. Porque, como asegura Anabel Vázquez, en las pisci-nas, públicas o privadas, “todos somos iguales: buceando y nadando debemos luchar contra el agua y manejar la respiración. Y al sentir el frío cuando entramos en ellas, todos damos el mismo grito. Ahora bien, fuera, más allá del bordillo, es otra cosa: ahí sí que se marcan mucho más esas diferencias sociales”. Territorio estético. Aunque la esencia de todas las pis-cinas comparte características comunes (agua contenida en un espacio del que no puede escapar y que debe es-tar adecuadamente filtrada y depurada para resultar sa- piletas de cine En las imágenes, por orden: escenas de La piscina, El gran Gatsby, El nadador y Swimming Pool.