Nando López. Novelista y dramaturgo, acaba de publicar Los elegidos (Destino), su última novela. construir la dignidad FIRMA INVITADA “Eran conscientes de haberse convertido en vértices de una figura geométrica cuyas aristas se extendían y aproximaban de manera caprichosa, y se esmeraban en asumir las identidades que nacían de las correspondencias inesperadas entre el mundo que los espe-raba más allá del piso de la calle Bordadores y el que los cuatro ha-bían forjado en su interior”. La arquitectura siempre está presente en mi escritura. Y no solo porque toda creación verbal alumbra un espacio verbal en el que las palabras dotan de realidad cuanto nombran, sino porque los es-cenarios de mis novelas condicionan y, a menudo, explican muchos aspectos de la vida de los personajes. En Los elegidos, mi última novela hasta la fecha y a la que perte-necen las líneas que abren este artículo, esa concepción arquitec-tónica ocupa un papel especialmente protagonista. Desde el punto de vista de la forma, su estructura está concebida como un edificio de cinco plantas en el que cada una de ellas nos hace descender hasta adentrarnos en el infierno de la persecución de la comuni-dad LGTBI+ durante el franquismo. Y lo hace a través de otras cin-co obras teatrales –Doña Rosita, La señorita Julia, La vida es sueño, Antígona y Salomé– que se van superponiendo en una construcción donde lo que dicen importa tanto como lo que evocan. Desde el punto del contenido, la vida de los personajes se ve directamente afectada por el diseño –tanto físico como social– de los espacios que habitan o, peor, en los que acaban siendo recluidos. Asun, Santos, Miguel y Alonso, los protagonistas, tejen una red de relaciones intelectuales, políticas y sexuales a través de las po-sibilidades que les ofrece el espacio interior, construido entre los cuatro con reglas ajenas a las que los oprimen en el exterior. De este modo, su cotidianidad transcurre entre la libertad –secreta y en continuo peligro– de ese lugar íntimo y los entornos sórdidos y angostos donde sucedía el sexo entre “violetas”, término despecti-vo con el que se aludía a los homosexuales. La reforma de la Ley de Vagos y Maleantes de 1954 condicio-nará tanto la vida de los protagonistas como la arquitectura de los espacios donde tendrán que aprender a ocultarse por culpa de un nuevo artículo –el sexto– que criminalizaba la homosexualidad y determinaba para ellos penas como el destierro y el internamiento en campos de concentración. En adelante, esos “violetas” tendrían que aprender a buscarse en baños públicos, últimas filas de ciertos cines y vagones de algunas líneas de metro donde se establecían códigos que permitían el encuentro y, sobre todo, la resiliencia. Una arquitectura laberíntica que impedía la construcción de un yo visi-ble, así como de una identidad que quienes hoy podemos expresar debemos también a quienes nos precedieron en la lucha. Pero este contagio entre lo literal y lo simbólico no ocurre solo en Los elegidos, sino que es un rasgo inherente al género narrativo. Igual que lo es en nuestra vida más allá de las páginas, donde cada edificio, cada habitación, cada elemento físico que nos rodea o que habitamos acaba contagiándose de nuestras vivencias y memorias. Y así sucede con la arquitectura –humilde y funcional– de ese piso de la calle Bordadores que, en esta novela que relata los años en que se nos negaba la dignidad, encarna la lucha para conquistarla. © Dani Piedrabuena