43 Informe económico y financiero #29 | Book reviews La automatización de la desigualdad Herramientas de tecnología avanzada para supervisar y castigar a los pobres Autora: Virginia Eubanks Editorial: Capitán Swing, 2021 Por Antonio García Maldonado Desde hace unos años, gran cantidad de libros y estudios vienen alertando del impacto negativo que la revolución tecnológica digital tiene en determinados sectores profesionales y grupos poblacionales: clases medias venidas a menos, trabajadores poco cualificados que pierden su empleo por causa de la robotización de sus antiguas labores, pérdida de privacidad e intimidad… Denuncias que buscan no tanto desmontar las nuevas herramientas tecnológicas –aunque algunos libros y movimientos sí que lo proponen–, como aplicarlas con un enfoque humanista y unos objetivos loables y democráticos, puesto que dichas innovaciones no son neutrales. Es en esta corriente en la que se enmarca La automatización de la desigualdad, de la profesora de Ciencia Política estadounidense Virginia Eubanks (1972), pero con un objeto de estudio acotado al impacto que dicha revolución provoca en las clases más desfavorecidas, aquellas que requieren de ayudas sociales para vivir, y aquellas trabajadoras que entran y salen de un mercado laboral precario e intermitente que no les permite prosperar. El subtítulo es claro respecto de su intención, que tiene un tono científico-social pero también activista –sin que esto suponga un menoscabo al rigor, sino un añadido en el estilo, que acude con frecuencia a la crónica y al retrato sociales–: “Herramientas de tecnología avanzada para supervisar y castigar a los pobres”. Y es que la autora parte de una constatación que pretende corregir: “Quienes aplauden el nuevo régimen de los datos rara vez reconocen el impacto que la toma de decisiones digital tiene sobre los pobres y la clase trabajadora”. ¿Cómo es posible que la revolución digital se haya convertido en una pesadilla para tanta gente?, se pregunta, para responderse que la toma automatizada de decisiones hace añicos la red de seguridad social, criminaliza a los pobres, intensifica las discriminaciones “y compromete los valores más profundos de los estadounidenses”. La tesis principal de Eubanks es que no estamos ante un cambio súbito y para mal en el tratamiento de los pobres por parte de las autoridades gracias a las nuevas herramientas digitales, sino a un perfeccionamiento del mismo, y que el nuevo régimen de análisis de datos tiene más de evolución que de revolución: “Se trata, simple y llanamente, de una ampliación y continuación de unas estrategias de gestión de la pobreza moralistas y punitivas aplicadas desde la década de 1820”, escribe la autora, que recuerda que los sistemas de toma de decisiones y rastreo digitales se han convertido en algo rutinario tanto “en el control policial como en la previsión política, el marketing, los informes crediticios, las sentencias penales, la gerencia de empresas, las finanzas y la administración de programas sociales”. Y lo han hecho con el mismo enfoque equivocado con el que antes lo habían hecho los hospicios o la caridad científica que los sustituyó –con la eugenesia como epítome de dichos errores y horrores–. Tras dichas formas de abordar la pobreza, a principios de la década de 1970 “los ordenadores ganaron terreno como herramientas para reducir el gasto público aumentando el control y la supervisión de los receptores de prestaciones sociales”, de tal forma que se revirtieron algunas de las conquistas que, vía sindicatos y asociacionismo, se habían conseguido en ayudas universales y redes de protección. Desde entonces, el sistema se ha refinado en su capacidad de control y, por tanto, de estigmatización de los solicitantes de las ayudas, sometidos a un control exhaustivo bajo el cliché de vagos, inadaptados y, casi siempre, irrecuperables: “Algoritmos y modelos predictivos los etiquetan como inversiones de riesgo y padres problemáticos”, pues “enormes complejos de servicios sociales, fuerzas del orden y vigilancia de vecindarios hacen visible hasta el último de sus movimientos y exponen sus conductas al control gubernamental, comercial y público”. Siguiendo su repaso histórico, Eubanks habla de “asilos digitales” sustentados en bases de datos, algoritmos y modelos de riesgo. Una vuelta de tuerca que mejora y potencia el alcance y las repercusiones negativas de los asilos para pobres del siglo xviii o la asistencia científica del xix. El diseño y el funcionamiento de la red de apoyos sociales es muy distinta entre Estados Unidos y Europa, algo que limita la traslación del análisis de Eubanks a nuestra realidad, aún marcada por Estados de bienestar que tienden a la universalidad y que son más generosos que al otro lado del Atlántico. No obstante, hay lecciones que pueden –y deben– extraerse de este interesante ensayo, desmoralizador por momentos, pero también optimista en cuanto a nuestra capacidad para marcar los límites a las inercias tecnológicas de vigilancia y clasificación. El infierno está lleno de buenas intenciones, y las herramientas y las innovaciones que tienen el potencial para cambiarnos la vida para mejor –como, por otro lado, hacen en tantos campos– pueden terminar por dar la puntilla a los más vulnerables. Y ya hemos visto durante estos años qué precio tan alto pagan las democracias cuando no nos tomamos este tema en serio ● La autora reivindica nuestra capacidad para marcar los límites a las inercias tecnológicas de vigilancia y clasificación.