Ruth Prada Periodista y escritora. Su último libro es Las modernas (Plaza & Janés) La casa de las flores y los poetas En febrero de 1935, Pablo Neruda fue nombrado cónsul de Chile en Madrid. El encargado de buscarle vivienda en la capital fue su amigo Rafael Alberti, que eligió para él un edificio de reciente construcción en el barrio de Argüelles, la Casa de las Flores. El piso en el que se instaló el poeta se convirtió enseguida en lugar de encuentro de los amigos que hizo a su llegada, muchos de ellos miembros de la Genera-ción del 27, y las fiestas y tertulias literarias en su domicilio pasaron a formar parte de la historia intelectual del país. Mi casa era llamada la casa de las flores, porque por todas partes estallaban geranios: era una bella casa con perros y chiquillos. Como dice Neruda en el poema, era una bella casa, con balcones decorados con maceteros llenos de flores y un hermoso jardín cen-tral donde jugaban los niños del vecindario. El edificio, un ejemplo único de la modernidad racionalista, fue un encargo que recibió el prestigioso estudio de Secundino Zuazo en 1928. El arquitecto con-cibió un modelo opuesto al que predominaba en la época, de par-celas estrechas que daban como resultado viviendas antihigiénicas, oscuras y mal ventiladas; su propuesta, por el contrario, ocupa una manzana residencial completa en la que todos los pisos son exterio-res, luminosos y aireados. Este edificio, que Zuazo describió como “un escorial en ladrillo rosa”, prescinde de la ornamentación característica de la arquitectura de principios de siglo y los elementos que lo decoran son, en realidad, elementos funcionales: soportales en arcadas, terrazas escalonadas, balcones y el gran jardín central concebido para desarrollar una vida en comunidad. Cuando Pablo Neruda se instaló en el quinto piso de la Casa de las Flores mandó derribar un tabique y en el amplio salón resultante co-menzó a recibir a sus amigos, jóvenes relacionados con la Residencia de Estudiantes como Rafael Alberti, Luis Cernuda, Vicente Aleixan-dre, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Maruja Mallo o su querido Miguel Hernández. Entre todos ellos destacaba el carisma de García Lorca, el amigo que le había ido a recibir a su llegada a Madrid: “Me es-peraba él solo en la estación de invierno. Pero ese hombre era España y se llamaba Federico”. Antes de ser cónsul en Madrid, Pablo Neruda había ejercido el car-go en la isla de Java, de donde había traído una colección de máscaras y pieles. En las fiestas que se improvisaban los sábados en la casa del poeta, los amigos se disfrazaban con esos objetos exóticos, armaban alboroto y cuando algún vecino iba a protestar, le invitaban a unirse a la reunión, como recordaría años después la pintora Maruja Mallo sobre aquellas fiestas saturdales. Pero la alegría, como todos sabemos, estaba a punto de terminar. En julio de 1936, pocos días después de una de aquellas bulliciosas reuniones, García Lorca viajó a Granada con la intención de salir del país y sus amigos nunca lo volvieron a ver. Pablo Neruda, como mu-chos otros, se fue a Francia y durante su ausencia la Casa de las Flores sufrió graves daños en los bombardeos que la alcanzaron desde el cer-cano frente de batalla. Un año después de su salida de España, Neruda regresó a Madrid para participar en un congreso de escritores antifascistas. Lo prime-ro que quiso hacer fue visitar su casa, donde habían quedado todas sus pertenencias. Miguel Hernández, vestido de miliciano, le acompa-ñó para recoger sus libros y sus enseres. “La metralla había derribado ventanas y trozos de pared. Los libros se habían derrumbado de las estanterías. Era imposible orientarse entre los escombros”, recuerda el poeta en sus memorias Confieso que he vivido, donde continúa ex-plicando que se encontraron objetos útiles tirados por el suelo, pero las cosas superfluas, como su frac consular y las máscaras con las que se habían disfrazado en aquellas lejanas fiestas, habían desaparecido. “Aquel desorden era una puerta final que se cerraba en mi vida”. ¿Te acuerdas, Rafael? Federico, ¿te acuerdas debajo de la tierra, te acuerdas de mi casa con balcones en donde la luz de junio ahogaba flores en tu boca? Cuando terminó la contienda, la Casa de las Flores fue restaurada para borrar el destrozo de las bombas. En 1981 fue declarada Monu-mento Nacional (BIC) y desde 2005 está protegida por una normativa especial de la Comunidad de Madrid para preservar su espíritu origi-nal. Noventa años después de su construcción, este edificio singular continúa siendo un ejemplo único de la arquitectura concebida para ser vivida y disfrutada. FIRMA INVITADA