© Alvaro Mier La llaman “la ciudad de los anillos” por su peculiar trama urba-na: a vista de dron, una especie de tela de araña crece concén-trica a la plaza 24 de Septiembre, la de la catedral metropolitana Basílica Menor de San Lorenzo. En este lugar de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más poblada de Bolivia, proliferan los grupos de cruceños de edad jugando al ajedrez o simplemente charlando, sentados a la sombra fresca de árboles centenarios. Se agradece: aquí hay años en los que la temperatura media se sitúa en 28 °C. Para empezar a descubrir el encanto de la urbe no hay que irse muy lejos. Diseño, moda, arquitectura o tecnología se reve-lan pronto en la caminata en torno al centro de esa especie de diana urbanística. El ambiente, las tradiciones y la gastronomía esperan a cada paso, con un gratificante complemento: la ale-gría de sus gentes, dispuestas siempre a conversar, a compartir y a celebrar. En las calles aledañas llaman la atención las casonas tradicionales con patios repletos de plantas y hamacas, como en permanente reivindicación del concepto colonial que tanto apre-cia el viajero del otro hemisferio. Ante el calor, nada como un raspadillo –sobre estas líneas–, una refrescante bebida a base de hielo endulzado con almíbar de sabores. A la derecha, la artista Ejti Stih y, en la otra página, una niña tocando el violín en el barrio Plan 3.000. // When it’s hot, there’s nothing better than a raspadillo –directly above, a refreshing ice-based drink sweetened with flavoured fruit syrup. On the right, the artist Ejti Stih and, on the other page, a little girl playing the violin in the Plan 3.000 district.