+MERECE UN VIAJE En Nimes todo empieza y acaba alrededor de Les Arènes, el mejor anfiteatro del mundo romano Les Arènes es la gran joya de la ciudad. Su anfiteatro, con capacidad para 20.000 espectadores, tiene forma ovalada. François-Xavier Durieu es el chef propietario de Textures, Comptoirs & Objets. Seguir leyendo Las clases de yoga las imparte Camille Pou, parisina ena-morada de la ciudad (y de las galletitas de François-Xavier). Cuando llegó a la ciudad encontró algo que añoraba en la capital francesa: la amabilidad de los extraños. “La gente en Nimes parece iluminada como sus calles abiertas y blancas”, dice Pou. Y, sin embargo, hace tan solo veinte años el ver-dín de los siglos se acumulaba en los edificios emblemáti-cos, un recuerdo triste de tiempos más gloriosos. En su cen-tro histórico se alza el anfiteatro antes citado, junto a otros monumentos también construidos en la época del emperador Augusto, arrinconados durante demasiado tiempo en aras de una supuesta modernidad. Pero eso, ahora, ha cambiado. Nimes ha encontrado finalmente un camino para fusionar la tradición romana con un nuevo urbanismo inteligente, con-cebido al servicio de las personas. La Maison Carrée, dedicada a la memoria de Cayo y Lucio César, es uno de los templos mejor conservados del Imperio Romano. La armonía clásica de sus líneas, enmar-cada en la elegancia de las columnas de capiteles corin-tios, define el carácter y los rasgos de identidad de este rin-cón urbano que fue rediseñado por el arquitecto británico Norman Foster entre 1984 y 1993. Los cocodrilos, el símbolo de la ciudad Foster fue también el responsable de proyectar el Museo de Arte Contemporáneo Carré d’Art, situado en el otro extremo de la misma plaza. En este lugar, el mundo antiguo conversa con la modernidad de forma espontánea. Es un placer sen-tarse en una de las amplias terrazas de este diáfano espacio y contemplar, al atardecer, cómo las columnas del viejo edificio romano se reflejan en los grandes ventanales del museo, con-sagrado a los movimientos artísticos franceses más rompe-dores. Margot Arrault, sentada en las escalinatas del edifico de Foster, habla de la vitalidad cultural del renovado Nimes. Arrault es la responsable de Nimes S’Illustre, el festival artís-tico y cultural de la ciudad dedicado a la ilustración: “El nue-vo Nimes me ha ayudado a reconectar conmigo misma, mi familia y mis amigos”. Las calles del centro urbano, cerradas al tráfico, y la plaza alrededor de la Catedral Notre Dame et Saint Castor, con-sagrada en 1096, nos hablan de una ciudad tranquila, aco-gedora, cargada de historia. El friso superior del edificio ori-ginal es una obra maestra de la escultura románica del Midi francés. En alguna de las calles vecinas a la catedral, uno puede pisar sin darse cuenta una especie de moneda con un cocodrilo enroscado alrededor de una palmera. Hay cientos de ellas. El diseño de esta moneda es definitivamente moder-no: Philippe Starck las creó en 1985 y ahora son el emble-ma de la ciudad. ¿Cocodrilos? ¿En Nimes? Para abundar en la intriga, cuatro cocodrilos disecados, de tamaño más que considerable, cuelgan desde 1853 de la cúpula interior del Ayuntamiento. Cuna de los pantalones vaqueros Todos esos reptiles repartidos por la ciudad se inspiran en una vieja moneda romana que, durante siglos, representó un auténtico misterio. Ahora se sabe que esa moneda –expuesta con el mayor respeto y solemnidad en el nuevo Museo de la Romanidad, frente al muy venerable anfiteatro– celebra la victoria de Augusto en la batalla naval de Accio. No consta que los famosos cocodrilos de la marca france-sa Lacoste estén relacionados o tengan su origen en Nimes, no. Pero lo que es un hecho contrastado es que los pantalo-nes vaqueros deben mucho a esta ciudad francesa: el empre-sario Levi Strauss diseñó los primeros con un lote de tela “de Nimes”, en concreto con la partida 501, y de ahí procede el término de “de-nim” adjudicado a ese material legendario. Roma y el Imperio marcan el tono urbano. Su herencia tiene una presencia fundamental en esta ciudad que cuenta, además, con los Jardines de la Fontaine, a cinco minutos del centro. Un vasto santuario romano que, en el siglo XVIII, se convirtió en el primer parque público de Francia. El agua y su canalización es un elemento característico. Cerca de allí se alza el templo de Diana, del siglo I d.C., formado por un hermoso pórtico parcialmente conservado, un pequeño tea-tro y un ninfeo. Su función original es incierta: ¿biblioteca o burdel? Pero su innegable aire romántico ha inspirado a cien-tos de pintores franceses a lo largo del tiempo. En Nimes, todo empieza y todo acaba alrededor de Les Arènes. Considerado el mejor anfiteatro del mundo roma-no, es, desde luego, el mejor conservado. Los vaivenes de la historia han respetado su sorprendente arquitectura, con una plaza de forma oval, capaz de acoger a veinte mil espec-tadores. Joya de la ciudad, este particular espacio tan ligado a la cultura española sigue acogiendo espectáculos taurinos, congresos culturales y eventos musicales. Allí dio uno de sus últimos conciertos Camarón y allí triunfó el torero José Tomás, al que la ciudad ha dedicado una calle con el apelati-vo de maestro. La antigüedad se ha reinventado en Nimes. “El reencuen-tro con nuestra herencia romana, sin renunciar a la calidad de vida moderna, se ha convertido en nuestra seña de iden-tidad como ciudad”, concluye François-Xavier Durieu, “y me encanta”.