Inma Chacón. Autora, entre otras, de las novelas Mientras pueda pen-sarte y Tierra sin hombres, ambas publicadas por Planeta. La bella Valencia La Vella FIRMA INVITADA Dicen las crónicas que Valencia le debe su nombre a una legión de sol-dados romanos que, en el año 138 a. C., se licenciaron de las campa-ñas lusitanas como hombres valientes, supervivientes a duras batallas y condiciones extenuantes. Para recompensar sus hazañas, el cónsul Décimo Juno Bruto Galaico les concedió tierras en la zona del levante de Hispania, al borde del Mediterráneo, en el territorio conocido en-tonces por Edeta, situado al sur de la actual provincia de Castellón y en gran parte del norte de la de Valencia. Allí se asentaron las tropas licenciadas y fundaron una ciudad que después sería una colonia, Va-lentia Edetanorum (Valor de los Edetanos), tal y como ocurrió un siglo después, en el 29 a. C., con Iulia Emérita Augusta (Mérida) y los solda-dos eméritos que combatieron contra cántabros, astures y galaicos. Valencia La Vella (La Vieja) ocupó inicialmente una isla originada por el río Turia, muy cerca de su desembocadura y, a lo largo de su historia, fue habitada por francos, suevos, visigodos, bizantinos, musulmanes, mozárabes y cristianos, sin contar con pueblos prerromanos como fe-nicios, cartagineses o íberos. Un crisol de culturas que le ha otorgado a Valencia un carácter abierto y acogedor, y a sus vecinos, una alegría, una calidez y una generosidad para recibir al foráneo admirables. Yo no sé qué tiene esta ciudad que enamora como enamora y atra-pa como atrapa. Quizá sean sus monumentos, su catedral, sus iglesias, sus plazas, sus rincones mágicos; sus edificios góticos, renacentistas y modernistas; su Mercado Central, con su olor a especias y a verduras recién traídas de los huertos; su barrio de Ruzafa, con sus casas azules, rojas, verdes, amarillas, y el caudal de vida que fluye a borbotones y contagia solo con el aire; sus espacios artísticos, con su Ciudad de las Artes y de las Ciencias como bandera y como seña, pero también su Bombas Gens y el resto de sus 34 museos, entre ellos, el de San Ni-colás de Bari y de San Pedro Mártir, una pequeña parroquia medieval considerada como la Capilla Sixtina Valenciana, por su bóveda con más de 1.900 metros cuadrados de frescos del siglo XVII; sus 18 puentes; sus 14 grandes parques y casi 300 jardines de barrio; sus playas de arena dorada; su río que no es río, sino un paseo de verdes infinitos, de fuentes, de zonas deportivas y de ganas de quedarse para siempre. Yo no sé qué tendrá esta ciudad. Será su alma, su capacidad para entregarse, su fuego, su dualidad, sus anchas avenidas y sus callejuelas donde perderse. Sí, debe de ser su alma. El alma de una ciudad que se mimetiza con la luz que la cubre. El alma de Valencia es cristalina, como el agua de su Turia, de su Mediterráneo y de sus fuentes. Pero también es brava y atronadora, como sus mascletás, asaltadoras de instantes donde no hay corazón que no deje de latir y recupere al segundo el galope. Agua y fuego. Cielo y tierra. Murmullo y pálpito desbocado. Bella y Vella.