innovación, tradición y hormigón en el segundo gran puerto de cartagena. por Juan Pablo Zurdo Imaginemos a cámara rápida la historia de Cartagena: batidas neandertales, competencia cromañona, inmigración neolítica, cultura del Argar, civilización ibera, asentamiento griego, fun-dación púnica, factoría romana de garum, dominación bizan-tina, visigoda, islámica... Reconquista. Delirios cantonales, el genio de un tal Peral. Y siempre el sentido militar y comercial de la bahía. Detenemos la película en el fotograma de la imagen. Año 1940, la ingeniería reconstruye un país traumatizado. Entreca-nales y Távora ejecuta el dique de Escombreras, el segundo gran puerto de Cartagena, mediante cajones flotantes abiertos en su parte superior. La solera se refuerza con pilotes. Y la forma de parrilla muestra los grandes huecos que aligeran y arriostran la estructura. Un material tan rudo es sin embargo la alquímica piedra filo-sofal del ingeniero portuario. Al contacto con el agua, en vez de diluirse o debilitarse, fragua, se endurece para resistir la furia marina mejor que la roca. La obra se proyectaba al futuro: preparaba la dársena para el despegue industrial de Escombreras con su refinería y su central térmica. Y hacia el pasado dos milenios atrás, heredera de aquel proto-hormigón romano de pucelanas. Tan longevo como la Ciu-dad Eterna.