Carla de La Lá. Autora de Qué te importa que te ame (Editorial Planeta) construcciones y emociones obligatorias Muchos definen la arquitectura como un servicio o como todo lo con-trario. Recordemos al genio y divo Frank Lloyd Wright que defendía en sus construcciones tal grado de perfección donde el ser humano era la variable que debía adaptarse, y no al revés. ¿Y la literatura? ¿Es pragmática? James Joyce desplegó una escritu-ra jeroglífica donde (como FLW) el hombre no tenía por qué entender nada. Una postura divertida, valiente y algo pedante… Lourdes Treviño Quirós, prestigiosa arquitecta mexicana afinca-da en España, Passivhaus Designer y directora del Estudio Freehand, dice: “La arquitectura es la única de las Artes que tiene una utilidad física, no solo emocional. En mi país, la presencia de imponentes vol-canes e ininterrumpida actividad sísmica hacen más pesadas y fuertes nuestras estructuras, algo que autoras como Sor Juana Inés de la Cruz, Laura Esquivel o Carla de La Lá describen con riqueza apasionada” . La mayoría de los creadores coincidimos en que tanto la literatura como el quehacer arquitectónico pueden ser Arte y no serlo. En este sentido y bajo la premisa maravillosa “haga lo que le dé la gana”, Ma-thias Goeritz edificó el Museo Experimental El Eco, en Ciudad de Mé-xico. Una estructura poética cuya disposición llevaba a sus visitantes a una experiencia sensible que les recomiendo conocer, así como el Espacio Escultórico de la UNAM, ese cráter, reminiscencia aztecoide o toltecoide, como las fauces de una enorme víbora que quisiera devo-rar el cielo… Porque México nos debe un viaje, o puede que nosotros a él; y no a las playas de pulserita, toalla suave y tequila sunrise, sino a la no menos embriagadora obra que despliegan sus construcciones estrechamen-te conectadas con la exuberancia de su vegetación y el surrealismo de sus gentes. “Cuando llegamos a Palmagorda miré a mi alrededor incrédula, ha-bía salido el sol y sus rayos bañaban la edificación monumental. En el centro de la rotonda, frente a la fachada, se alzaba majestuosa una fuente con veinte o treinta surtidores... Tras ellos, una hilera de ahue-huetes y magnolios cuyo perfume apenas permitía concentrarse en otra cosa. Crucé la puerta del que sería mi hogar todo el resto de mi vida. Era una casa enorme y muy moderna para la época, cuyas pare-des, arcos y columnas se alternaban en rosa mexicano, amarillo lima y azul cobalto. Caminé con sigilo atravesando varios patios y galerías de imponentes cactus y patas de elefante, cintas, hiedras y macetas colgantes reventando de pensamientos. Recuerdo los corredores con sus extraordinarios ventanales soleados repletos de plantas de todas clases que brotaban en todas direcciones …”. Para los alrededores de la hacienda Palmagorda, escenario de la parte mexicana de la novela Qué te importa que te ame, me inspiré en el jardín surrealista del creador británico Edward James (Xilitla, México). El artista (del que se decía estaba emparentado con los Windsor y que era hijo, en realidad, de Eduardo VII), según cuentan, se comió unos hongos y levantó su particular Jardín del Edén con decenas de estruc-turas entre la escultura y la arquitectura rodeadas de selva como las Escaleras del Cielo o La de Tres Pisos que podrían ser Cinco. FIRMA INVITADA