© Massimiliano Trevisan / Alamy Stock Photo Decía el empresario Adriano Olivetti (1901-1960) que “la fábri-ca pide mucho a sus empleados y, por tanto, tiene el deber de devolverles mucho”. El italiano dedicó su vida a que su famosa empresa familiar de calculadoras y máquinas de escribir fuera un ejemplo de gestión no solo en lo económico, también en lo social y en lo arquitectónico. En las afueras de Ivrea, en el nor-te de Italia, a hora y media de Milán, creó una de las ciudades industriales más completas del mundo que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad hace ahora cinco años. La Ciudad Olivetti, ideada por dos grandes arquitectos y urbanis-tas del momento Gino Pollini a Eduardo Vittoria entre 1930 y 1960, era un complejo de 27 edificios que incluía residencias, museos, guarderías, edificios de viviendas de no más de cuatro alturas y zonas verdes. Pero tras la belleza del hormigón, estaba también la creación de un movimiento social y político a favor de las clases