SIEMPRE HACIA ADELANTE Por Daniel Jiménez EL RELATO Daniel Jiménez (Madrid, 1981) ha escrito las novelas Cocaína y Las dos muertes de Ray Loriga, además del libro de relatos La vida privada de los héroes. Su último trabajo es El plagio (Ed. Pepitas de Calabaza), publicado en enero. Seguir leyendo Tiene que recorrer cincuenta kilómetros para ir a una ofi-cina del SEPE, donde debe realizar un trámite inaplazable: solicitar la prestación por desempleo tras haber finalizado su permiso de nacimiento y cuidado del menor. No tiene coche. Ni siquiera tiene abono transporte. Mira en internet la forma más rápida y económica de hacer el viaje. El metro no llega hasta allí. No hay autobús directo. Google le recomienda ir en Cercanías. La estación más próxima a su casa es Atocha. No se subía a un tren de Cercanías desde los tiempos de la universidad, cuando lo hacía a diario para ir al campus de Cantoblanco. Desde entonces hasta hoy han cambiado muchas cosas. Toma asiento. Abre un libro. En Méndez Álvaro sube un hombre que pasea por los vagones pidiendo una ayuda para pagar el piso porque tiene dos hijos, no tiene trabajo y no puede llegar a fin de mes. Al detenerse en Pirámides, recuerda cómo se llenaba la estación de aficionados del Atleti los días que había partido en el Calderón, un templo que ha sido engu-llido por la especulación. Cerca de las vías de Majadahonda estaba la casa de un antiguo amigo que se marchó a Escocia tras la crisis buscando una segunda oportunidad. En Las Matas había una biblioteca donde iba a estudiar los tema-rios de asignaturas humanísticas que ya no se imparten. En Galapagar-La Navata acudió a una fiesta en una casa con jar-dín la noche de san Juan y saltó una hoguera y pidió un deseo, que todavía no se ha cumplido. Centra su mirada en la inmen-sa cruz que domina el valle y le viene a la mente el lejano día que fue allí con sus padres y ellos le contaron que bajo esas piedras descansaban los restos de un hombre que no se mere-cía ningún descanso ni se merecía estar allí, y que alguien, algún día, debería hacer algo al respecto. Sale del tren en Villalba. Coge un taxi. Le pide al conduc-tor que vaya deprisa porque llega tarde a la cita. No era necesario que viniera aquí, le dice el funcionario que le atiende. Este trámite lo puede solicitar usted mismo desde su ordenador. De nuevo en el vagón, calcula el dinero que le ha cos-tado hacer este viaje innecesario. El tren se desvía hacia el nordeste en Pinar de las Rozas y atraviesa El Pardo a menor velocidad. No logra ver cervatillos ni jabalíes. El poblado de chabolas que rodeaba la estación de Pitis se ha conver-tido en una zona de urbanizaciones con piscina y pista de pádel. Entrando en Chamartín, recuerda que en el tiem-po que tardó en escribir su primera novela se construyeron las torres más altas de España. Ahora acaba de publicar la cuarta, escribe más deprisa, tiene un hijo, le han concedido una prestación por desempleo. Algunos de los paisajes de su juventud han cambiado irremediablemente, pero el sentido de la marcha sigue siendo el mismo: hacia adelante. Siempre hacia adelante. En Recoletos vuelve a subir el mismo hombre pidiendo una ayuda. Abre la cartera para ver si le queda alguna mone-da. Y se baja en Atocha diciéndose a sí mismo que ningún viaje es un viaje innecesario.