Un viaje digno de tal nombre Por Daniel Entrialgo EL RELATO Daniel Entrialgo (Vitoria-Gasteiz, 1971) es periodista y escritor. Es autor de las novelas Puskas y La tumba del cosmonauta, editadas por Espasa, y del libro de crónicas Campeones de Medianoche. Acaba de publicar Balas y estrellas con Muddy Waters Books. Seguir leyendo El Viajero intenta mirar por la ventanilla del tren, pero todas las claraboyas se encuentran herméticamente cerradas. No hay luz natural en el interior del vagón. Sólo unos focos LED de supuestos haces relajantes. La cuenta atrás para el gran impulso ha comenzado. El tiempo estimado del trayecto será de 7 minutos y 43 segundos. Eso es todo lo que se tarda hoy en recorrer los 656 kilómetros que separan Madrid de su destino final, Cádiz. Ventajas y comodidades de la tecnología Hyperloop 2070. –El viaje es tan rápido que ni siquiera se merece tal nom-bre– piensa. Apenas le dará tiempo a escuchar por el camino un par de viejas canciones en su reproductor iEar, integrado al tímpano interno, aunque ya nadie oye música del siglo pasado, como él continúa haciendo. Temas de tres minutos y medio. Con estrofa, puente y estribillo. Guitarra, bajo y batería. Hace mucho tiempo que pasó de moda. El Viajero se revuelve en su asiento ergonómico. Los motores de propulsión zumban como un hormiguero bajo sus pies. Aún recuerda los viajes en tren de su niñez, en aquellos largos y puntiagudos Ave de color blanco sucio. La gente arremolinada delante de los paneles de información, los olo-res a bocadillo recalentado en los bares, las rampas de la antigua estación de Atocha, hoy subterránea y completa-mente robotizada, rebautizada como Nuevo Hyperconector Vinícius, en honor a no sé qué ex futbolista famoso de los años veinte. La nostalgia del Viajero aflora como un escalofrío de fie-bre. Aquellos vagones cafetería repletos de ruido y conversa-ciones. Los interminables pasillos enmoquetados. La gente bajando en las paradas a fumarse un cigarrillo de cinco minu-tos. –Esos sí que eran viajes dignos de tal nombre –susurra. El paisaje azafranado de la Mancha, desfilando a toda velocidad por la ventanilla, como un cuadro deformado por el movimiento. Los campos de olivos infinitos, atravesando Córdoba, y el sol naranja cayendo sobre el horizonte al atarde-cer, llegando ya al océano, como una bola incandescente que se hunde en el pasado. La cuenta atrás llega a cero y el tren se pone en marcha, acoplándose al interior del tubo de propulsión como un cor-cho que se desliza por el cuello de una botella. La espalda se le pega al asiento y nota la fuerza de la gravedad presionando su columna. La primera canción termina de sonar en sus oídos cuando un aviso automático de su geolocalizador cuántico le indi-ca que pronto atravesarán Sevilla Distrito Federal. Es justo entonces cuando nota una desaceleración anómala. El motor del tren emite un sonido extraño, como a flota-dor pinchado, y el vagón va descendiendo su marcha poco a poco. Una caída de energía. También hay averías en el futu-ro. –Lamentamos comunicarles que tendremos que rebajar nuestra velocidad a menos de 500 km/h durante el resto del trayecto– anuncia una voz metálica por el altavoz. Se oyen cientos de quejas y lamentos, caras de frustración. Nadie cree que podrá soportar el tedio de una incomodidad así. El Viajero, sin embargo, sonríe.