Juan Tallón. Escritor. Su última novela es Obra maestra (Anagrama) Y la ganadora es... ¡LA SILLA! ¿Algún día arquitectos, arquitectos técnicos, diseña-dores, quizá filósofos, arqueólogos, historiadores, se reunirán y proclamarán al fin la superioridad de la si-lla sobre la mesa, o viceversa? ¿O no les parece una cuestión de vida o muerte dilucidar de una vez por todas? A algunos que no somos ni arquitectos, ni di-señadores, ni filósofos, ni casi ninguna otra cosa, sí. Nos gustaría saber qué es más importante, incluso qué fue primero. ¿O es que solo nosotros vemos la guerra perpetua, soterrada, entre ambos objetos? ¿Habrá otras hostilidades igual de tensas en una vi-vienda? ¿Quizás entre puertas y ventanas, luz natural y artificial, baldosa y madera, camisas y camisetas? A riesgo de equivocarme –son preciosos los erro-res, o hay al menos que intentar transformarlos en belleza–, proclamaría que ningún mueble resiste la comparación con la silla. Es la pieza reina de una casa, y por extensión, del diseño. Una silla nunca es sim-plemente una silla. En el fondo, es una idea. Su brillo viaja más allá que cualquier otro mobiliario o menaje: la mesa, la cama, la estantería, el puf, el armario, la es-calera, el pasamanos, el reposapiés, la alfombra… Si se empeña, puede ser silla y al mismo tiempo el resto de muebles y enseres. A la inversa, de vez en cuando un mueble distinto a ella, pensado con otros propó-sitos, acaba por actuar como un asiento. O quién no acomoda el culo sobre una mesa o en un escalón y se queda a gustísimo. Dice María Moliner que asiento es cualquier cosa que sirve o se utiliza para sentarse sobre ella. La silla ejerce una extraordinaria fuerza de atrac-ción. Su simple presencia te interpela. “Siéntate, y después ya veremos qué pasa”, parece proponerte al entrar en una estancia. Actúa por succión, como una esponja. Se presta. Y tú avanzas hacia ella casi sin dar-te cuenta, como sonámbulo. Herman Hertzberger sostenía que “la acción más elemental que permite a los individuos tomar posesión de su entorno directo es probablemente la de sentarse”. Creo que diseñadores, arquitectos y otros profe-sionales técnicos comparten interés por el asiento. No es banal. En alguna medida, organizamos nues-tra vida sobre la posibilidad de sentarnos. De pie es como si nada, o poco, tuviese sentido, o entenderlo te dejase demasiado para el arrastre. Solo una vez que tomamos asiento, va encajando lentamente el resto del mundo a nuestro alrededor. Si dedicásemos más tiempo a pensar en el espacio, y en cómo ocupamos los lugares, advertiríamos enseguida en qué medida las sillas nos organizan y facilitan la vida. O hasta qué punto constituyen un factor de poder. Hace años, el escritor Juan Forn se interrogaba en un artículo sobre cuál podía ser la esencia de la bio-grafía un escritor. Ensayaba varias hipótesis, pero la que más le gustaba no era tanto alguna de las que proporcionaban los propios escritores, o los estudio-sos de la literatura, como la de un amigo, con cierta fama de bruto, con el que un día coincidió. Este quiso saber qué estaba leyendo en ese momento, y Forn, para no entrar en grandes detalles, le dijo que la bio-grafía de un escritor. El amigo lo miró con una mez-cla de pena y prisa por ir a tomar una cerveza muy fría a un bar, y comentó: “La biografía de un escritor vendría a ser la historia de una silla, ¿no?”. Tal vez sea cierto que un simple objeto puede trazar mejor que todo un gran relato, cargado de hondura y datos, la vida de una persona. Otro día podemos hablar de la mesa. Si dedicásemos más tiempo a pensar en el espacio, y en cómo ocu-pamos los lugares, ad-vertiríamos enseguida en qué medida las sillas nos organizan y facilitan la vida. O has-ta qué punto constituyen un factor de poder FIRMA INVITADA © Laura ortega