El marciano Y la oruga metálica Por Xuri FENTON EL RELATO La streamer, modelo e ilustradora de 28 años cuenta con más de medio millón de seguidores en YouTube y publicó en 2021 su primer libro, Un verano de muerte (Plan B). Seguir leyendo Llevaba varios años trabajando en la Base Lunar de Análisis Terrícola, supervisando el comportamiento humano. Viéndoles vibrar ante escenarios musicales. ¡O fingiendo ser anfibios sobre el mar! Pero la actividad que más me fascinaba era ver cómo se introducían en las orugas metálicas. ¡Y salían intactos a kiló-metros de distancia! Fantaseaba diariamente con el interior. ¿Tendrían que hacerse hueco entre sus férreos intestinos? ¿Sería duro y frio? Tenía órdenes de mantenerme alejado, pero un cambio en su patrón de comportamiento esa mañana me hizo decidirme: Cientos de terrícolas en los andenes. Llevaban la piel pin-tada y capas relucientes, peinados y cascos y antenas de colo-res destacando en la masa gris de pasajeros. ¡Entre tantos humanos disfrazados mi piel verdosa quedaría camuflada! Al teletransportarme a la parada me recibió la primera sor-presa. ¡La blanquísima oruga surcaba el bosque sobre raíles! Todo este tiempo pensando que era el rastro de su inmenso cuerpo al arrastrarse continuamente por el mismo surco. ¡Y resulta que tenían estructura! Una de sus decenas de compuertas se abrió ante mí. —¡Es como una nave espacial! —exclamé. —¡Pues espera a ver las de la Convención de Ciencia Ficción! —dijo una chica pintada de rosa al pasar a mi lado. Entré despacio, temeroso de que las fauces se cerrasen sobre mi pierna. Nada. Dentro, la temperatura estaba modu-lada, la luz era tenue y acogedora. Unas pantallas de cristal se abrieron a mi izquierda para mostrarme varias filas de asien-tos en los que los terrícolas se apresuraban a sentarse. Me quedé plantado en mitad del pasillo, indeciso. Al fon-do, un grupo de humanos se afanaban en ordenar sus cajas con ruedas, encajándolas unas encima de otras. Una mano rosa se agitó intentando llamar mi atención. —¡Eh! Me llamo Rosa. Ya sé, redundante, ¿verdad? —dijo la humana pintada, efectivamente, de rosa—. Te he guarda-do un sitio. ¡Pero me quedo con la ventana! —¿Quién quiere ver árboles cuando puede contemplaros a vosotros? —Mis antenas vibraron de la emoción al sentar-me. —¡Mira quien habla! —exclamó sonrojándose más aún—. ¿Vas a presentarte al concurso de disfraces en la Convención? Tu cosplay es increíble, qué verde más homo-géneo, debe haberte costado un montón. —Procuro fotosintetizar a menudo para mantener un tono saludable. ¿Qué llevas en las manos? —añadí cambiando de tema—. Le está saliendo humo. —Me he pillado un café en el vagón cafetería, ¿quieres? —¿La oruga metálica os alimenta además de transporta-ros? ¿Qué más se puede hacer aquí dentro? —¿Es tu primera vez en un tren? —dijo riéndose. Saboreé la nueva palabra terrícola. Tren. Rosa se agachó sobre mí. Y, dejándome sin respiración, alargó una mano jun-to a mi pierna. Sentí que iba a caerme de espaldas. —¡Readaptación ergonómica! —exclamé. —¡Y no solo puedes regular el respaldo! Aquí escuchas música. —Tocó los controles de mi asiento—. Y sobre esto pones tu portátil y aquí lo puedes cargar… —¿Auriculares? —me ofreció una mujer uniformada. —Gracias, pero no tengo orejas —contesté. Se giró como si le hubiese hablado en marciano. Y eso que me estaba esforzando por pronunciar un perfecto castellano. —Disculpe a mi amigo, está muy metido en el personaje —dijo Rosa. —¿Amigo? —repetí emocionado. —¡Claro! ¡Cualquier fan de la ciencia ficción es amigo mío! —¡Cuéntamelo todo! —Mis antenas no paraban quie-tas—. Quiero saber hasta el último detalle. —¿Sobre la Convención a la que vamos? —No, sobre los… trenes —dije usando la palabra por pri-mera vez.