Texto Carlos risco +alto La imagen tradicional de la Galicia marinera es la de pue-blecitos pintorescos con casas de granito gris y ventanas de castaño que miran tímidamente a un océano imponente. Ese mar que rompe en sus rías con desigual virulencia tam-bién guarda paraísos de postal. A muy pocos les cabe en la cabeza que este océano Atlántico, aparentemente de aguas frías y oscuras pueda albergar, a pocas millas de la ciudad de Vigo, un afamado archipiélago de islas paradisíacas con aguas transparentes y fina arena blanca. Las islas Cíes existen, son un regalo de la naturaleza y están tan cerca que casi podría acusarse de cometer una atroz equivocación a quien pierda la oportunidad de dis-frutar de su belleza o quien busque el paraíso soñado en el Caribe. Para el rotativo británico The Guardian, una de las playas de Cíes, la de Rodas, merece el título de “La Mejor Playa del Mundo”. Este grupo de islas se encuentra a un tiro de piedra de la ciudad de Vigo y son visibles desde la costa junto a otras perlas de las Rías Baixas como las islas de Ons, Sálvora, Noro, Vionta, Cortegada y Malveiras. Tres islas como tres sueños El archipiélago de las Cíes se compone de tres islas: la isla Norte (o Monteagudo), la del Medio (o Do Faro) y la isla Sur (o de San Martiño). Las dos primeras constituyen un único espacio, al estar unidas por la lengua de arena limpí-sima de la Playa de Rodas. Con sus acantilados verticales de más de 100 metros y aguas de ensueño, las islas Cíes fueron declaradas Parque Natural en el año 1980 y están incluidas, además, en uno de los alarmantemente escasos espacios naturales de esta comunidad, el Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia. Gracias a esta figura de proyección, las Cíes, que en los años 70 y 80 albergaron distintas comunidades de hippies que perseguían una vida alternativa, han podido dejar de degradar-se y preservar lo poco que ha quedado de bosque ancestral, antiguos robles, debido al monocultivo del eucalipto. Sus aguas y arenales, por lo pronto, permanecen prístinos. La única forma de llegar hasta aquí es subido en un barco. En temporada estival, diferentes navieras comunican las islas con el puerto de Vigo a través de rutas diarias de ferry que dejan al visitante en Monteagudo y O Faro. Los cupos de visitantes, por la protección medioambiental, son limitados (actualmente, se permiten 1.800 turistas al día) y el único modo de pernoctar es en su camping, previa autorización y reservando con antelación el pasaje en barco y la plaza de acampada. En las islas no hay tiendas, ni carreteras, ni veci-nos. Sólo la naturaleza, las playas y los bosques de plantación humana con especies foráneas. Travesía al paraíso por la ría de Vigo De Vigo a Cíes, la travesía es maravillosa y ofrece una estampa inigualable de la ría de Vigo, mientras las gavio-tas, los cormoranes y, si hay suerte, los delfines acompa-ñan por esta lengua de mar de privilegio. Pequeños barcos de artes de pesca artesanal pueden ser avistados, lo que permite observar de cerca las bateas de cultivo del meji-llón. El embarcadero de la playa de Rodas es un lugar estra-tégico para comenzar a explorar a pie estas “Islas de los Dioses”, como Ptolomeo las llamó. Un primer chapuzón en estas aguas cristalinas pone en comunión con la riquísima fauna marina de sargos, lubinas, maragotas y, quizá, tam-bién algún pulpo, nécora o bogavante que escapen de algún gallego que los quiera meter en la cazuela. Para conocer las islas, es recomendable visitar el Centro de Interpretación y seguir algunas de sus rutas. Entre todas ellas, la que asciende al Monte Faro da una panorámica de ensueño, con sus playas blancas y aguas de un azul turquesa irreal, inimaginable en esta esquina atlántica. Un viaje inolvi-dable que parece salido de otras latitudes. +alto Una gaviota sobrevuela el archipiélago. Muchas de ellas son parte indisoluble del paisaje en la ruta por la ría de Vigo.