Félix Ruiz Gorrindo. Arquitecto Técnico y autor de los libros Fuzz. Variopintos relatos tal vez sorprendentes (Onix Editor) y Fuzz II (Thot Narrativa) Bajo el agua FIRMA INVITADA Me habían relatado cosas maravillosas sobre el mar y los océanos. Había oído que su color era hermoso, que los rayos del sol, al alcanzar la ondulante su-perficie de las aguas, se descomponían en multitud de destellos y mágicos reflejos. Que por la noche, la luna, quedaba dibujada con inmaculada blancura en medio de la negrura del mar nocturno. Que las aguas a veces eran serenas, nobles y pa-cíficas, pero otras veces se tornaban violentas y fu-riosas, y hacían peligrar la vida de todo el que se aventurara por ellas. También me dijeron que las mares oceanas eran habitadas por infinidad de se-res, de inimaginable cantidad de formas y tamaños. Los había grandes, enormes, otros en cambio eran tan pequeños que ni podían verse. Algunos eran de índole pacífica y bondadosa, otros no obstante eran fieros y terriblemente sanguinarios. Asimismo los había que poseían hermosa forma y eran elegantes y de bella librea, mientras que otros adoptaban te-rroríficas y grotescas formas. Estas y otras muchas cosas no menos interesan-tes me fueron contadas sobre los mares. Y yo que no había estado en ellos, ardía de ganas de conocer-los por mí mismo. Estaba contento y excitado, pues sabía que pronto tendría oportunidad de visitarlos. Un día, finalmente, salí de mi seguro y conforta-ble cobijo introduciéndome en las anheladas aguas oceánicas, dejando tras de mí una estela de espuma y burbujas. Pude contemplar, admirado, cuán ver-dad y ciertas eran todas y cada una de las palabras que me habían contado describiendo la belleza del mar. Yo no obstante nadaba muy rápido, más rápido que cualquier otra de las criaturas que contemplé por los mares. Me habría gustado nadar más despa-cio para así poder contemplar mejor el maravilloso espectáculo marítimo, pero yo no sabía nadar más despacio. Además tenía una misión que cumplir. Debía llegar hasta un gran objeto que navegaba sobre la superficie y tocarlo. Ese objeto estaba le-jos, muy lejos, pero mi enorme sentido de la orien-tación y mi profundo conocimiento de geometría, oceanografía, cinemática y otras ciencias me per-mitirían llegar hasta él sin problemas. Cada vez estaba más cerca de él, lo notaba, hasta que finalmente estuvo al alcance de mi vista. Yo se-guía nadando a mi prodigiosa velocidad y ya estaba a punto de tocar aquel gigantesco objeto... ya lo iba a tocar... Infinidad de imágenes inconexas asaltaban mi mente en esos últimos segundos... el contacto era ya inminente... Pero en el último instante me desvié para evitar tocarlo. Hice sin duda bien en evitar tocarlo. Mi nombre es Thunderbolt III, y soy hijo de unos bichos con dos patas y pelo en la cabeza (no todos) que viven sobre la tierra. Soy el último prototipo de los denominados “tor-pedos inteligentes” y mi misión era hundir un barco. Pero yo no quería desaparecer en mil pedazos volando por los aires junto con el barco. Yo que-ría seguir nadando por los mares... y convivir con los peces... y contemplar las innumerables bellezas oceánicas... Y así lo hice. Me habían creado demasiado inteligente. Me dijeron que las mares oceanas eran habitadas por infinidad de seres, de inimaginable cantidad de formas y tamaños.