EDITORIAL En este inicio de los años 20 del sXXI, la humanidad se presenta ante una nueva página en blanco por escribir en el libro de su historia. Uno de los principales retos a los que nos en- frentaremos a lo largo de este decenio es el control del cambio climático y la lucha contra el proceso de calentamiento global. Una acción fundamental para avanzar en esa dirección es la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. La industria aérea es responsable de aproximadamente el 2% de dichas emisiones. Pero, con una contribución del 3,6% al PIB mundial (Air Transport Action Group (ATAG)-Benefits beyond borders 2018) también es un motor del desarrollo, la multiculturalidad y la concien- cia global. Lamentablemente, la última COP25 se ha saldado con poco más que buenas palabras por parte de los líderes políticos, lo que deja en manos de la sociedad abanderar las soluciones a este gran problema. Y en particular, la más concienciada, nuestra sociedad, la europea. Mo- vimientos como el “flygskam” (vergüenza de volar en sueco) han conseguido mucho eco y comienzan a tener un efecto tangible en el sector. En Suecia se estima que el tráfico aéreo ha caído un 8% en 2019 por este motivo. La resonancia mediática de todo lo relativo a la aviación nos sitúa en el centro de las críticas por el impacto medioambiental inherente al transporte. Presionados por este movimiento social y apo- yados por una gran masa de votantes concien- Esta presión mediática sobre la industria ciados, diferentes gobiernos en Europa comien- zan a contemplar medidas que desincentiven aeronáutica hará que, otra vez, la aviación los viajes en avión: grabar los billetes con tasas lidere la investigación y el desarrollo ecológicas, tasas directas a las líneas aéreas por operar, reducción de vuelos entre determinadas tecnológico para la reducción de emisiones ciudades, etc. Los principales grupos de interés de la industria, como son las aerolíneas, las com- pañías eléctricas y los fabricantes están centran- do todos sus esfuerzos en reducir este impacto y se vuelcan en campañas para contrarrestar sus emisiones. Sin embargo, son conscientes de que, para la tecnología y los tipos de motor actuales, mejorar la eficiencia en algo que supon- ga una reducción real de emisiones es casi imposible. Se experimentará con biocombustibles, electrocombustibles, acciones para neutralizar la huella de carbono, etc. Todo de una eficacia cuestionable hoy en día, pero que, al final, demostrarán el dinamismo y la capacidad de esta industria para volver a reinventarse. Esta presión mediática sobre la industria aeronáutica hará que, otra vez, la aviación lidere la investigación y el desarrollo tecnológico para la reducción de emisiones o en las iniciativas de “cero emisiones netas”. Como en otras ocasiones, este sector debe marcar el camino a seguir a otras industrias, que verán los logros en el campo de la sostenibilidad y los adaptarán a sus necesidades y circunstancias. Los pilotos somos el último eslabón en la cadena de decisiones que tienen impacto en la re- ducción del consumo de combustible de un avión. Está en la naturaleza de nuestra profesión garantizar la seguridad, eficiencia y regularidad en las operaciones aéreas; está en nuestro ADN consumir la menor cantidad de combustible posible. En esta lucha por proteger nuestro planeta, la aviación debe sumar una cuarta palabra a su triada: sostenibilidad. El compromiso de los profesionales a los mandos de los aviones estará a la altura de la exi- gencia de nuestra sociedad y, con nuestro desempeño, seguiremos apoyando los esfuerzos de la industria por alcanzar las metas sobre desarrollo sostenible fijadas para el final de esta década que ahora amanece. 4 • Marzo 2020